Para los que no me conocen, soy José Francisco “Pancho” Manera, cofundador y voluntario del Museo de Informática Interactivo Espacio TEC en Bahía Blanca. Soy coleccionista de computadoras y dedico buena parte de mi tiempo libre a preservar la historia de la computación.
No suelo escribir mucho —de hecho, esta es mi primera nota—, pero tenía guardado un experimento que quería compartir con ustedes. Ojalá pueda hacerlo más seguido en este espacio. Ahora sí, vayamos directo al tema.
Mi historia con Commodore comienza allá por 1985. Viviendo en Comodoro Rivadavia (a 2000 km de Buenos Aires), resultaba IMPOSIBLE conseguir cualquier tipo de material para la máquina. Aclaración: una vez, en unas vacaciones en Buenos Aires, mi tío Pablo me mostró una 128 con tres juegos: Aztec Challenge, Ace of Aces y Summer Games. Ahí me volví, literalmente, loco. yo venía de jugar en una Coleco Vision y una Commodore 64 en casa de mi amigo/hermano de la vida Ignacio aka Nacho. Amor a primera vista. Por supuesto: rompí el joystick, cortesía del juego de Epyx.
Ya de vuelta en Comodoro, mis padres me regalaron una Commodore 64c para mi cumpleaños. Se habían asesorado, y alguien les había dicho que la versión americana era mejor que la argentina (tópico para hablar en un próximo artículo). ¿El año? 1986.
Así, la máquina fue comprada en USA. La enviaron por barco. Tardó tres meses en llegar. Cuando finalmente la tuve en mis manos, la emoción pudo más. ¿El resultado? Humo gris por todos lados. Claro, el transformador era 110V. En Argentina usamos 220V. Comencé a llorar desconsoladamente. A esa altura, un negocio que reparaba todo tipo de electrodomésticos nos vendió la fuente a 220V. Ya era hora de empezar a usar la bendita máquina. Y ahí surgió el gran dilema: ¿dónde conseguir software?
Un par de fines de semana después, jugando en casa de Nacho, se nos acercó su papá, el queridísimo Raúl. Traía una revista, similar a un periódico. Se llamaba “Segundamano”. En ella, se ofrecían todo tipo de compraventa, del rubro que pudieras imaginarte. Un rubro nos llamó poderosamente la atención: el 20, “Computación”. En el mismo, cientas de tiendas del rubro, ofreciendo reparación, asesoramiento técnico, venta de hardware y…software!!!! Así es, varias páginas de avisos de casas de computación, ofreciendo todas las “novedades” para Commodore, Spectrum, Atari y MSX. Con el correr del tiempo se sumarían Amiga, Mac y PC. Todo, absolutamente todo, era software crackeado. El 99% de las veces, venía de Europa. El 1%, de Estados Unidos. Por supuesto, muchas de estas casas de venta de hardware y software tenían algún que otro joven talentoso, quien a veces ponía intros/cracktros del negocio, a modo de “competencia”. Los mensajes consistían básicamente en reírse de la competencia, pues las novedades las tenían ellos en primer lugar, o bien mandar saludos a “amigos” de la escena.
¿Cómo llegaban los juegos a nuestro país? Gente que viajaba solía traerse muchas cajas con soft. O bien, los dueños de los comercios enviaban un sobre con dólares envueltos en papel de diario a los diferentes crackers. Y a cruzar los dedos. Al mes, si es que la Aduana no retenía el paquete por “sospechoso”, lo recibían con todas las novedades. Respecto al tema Aduana, existen muchos mitos y leyendas. Uno dice que se coimeaba al Oficial de Aduana de turno, llevándole una docena de golosinas, dulces, baguels.
Poco después, algunos valientes adquirieron modems y empezaron su aventura en los BBS. Y, por supuesto, se descargaban absolutamente todo lo que aparecía en pantalla.
Un problema surgió: aquellos que teníamos máquinas con la norma NTSC, teníamos dificultades para entretenernos con los juegos llegados de Europa. La solución más fácil era convertir la máquina a PAL-N, la norma argentina, diferente a la PAL que se utiliza en Europa. Pero los juegos andaban, no se colgaban. Unas pocas veces, se conseguían juegos con “fixes” a PAL-N, pero eran una rareza.
Cabe aclarar que en Argentina (y me atrevería a decir que en Uruguay, Paraguay, Chile, Brasil y Perú, por citar algunos países de la región) JAMÁS existieron los juegos originales. Ya de por sí, comprar una máquina era muy caro. El doble, incluso el triple de lo que costaban en Europa o Estados Unidos. Luego, esa diferencia de precios se achicó con la aparición de las versiones argentinas de la Commodore (Drean), MSX (Talent MSX), Spectrum (CZ Spectrum). También, material para otro artículo.
Volviendo a lo que nos interesa: “Segundamano” se editaba martes y viernes. El día que nos interesaba era el martes, pues ahí era cuando aparecían las publicidades. Imposible olvidarse de negocios como Realtime, Red Point, Bad Boy (Crackers Revenge) y muchísimos más. Estos tres que menciono, tienen de por sí una historia fascinante (sí, nuevamente, para otro artículo en el futuro). Esto no quiere decir que no aparecieran luego comercios en las principales ciudades del resto del país, donde casi siempre vendían el material que le compraban a los negocios de Buenos Aires.
Raúl, viajaba por trabajo dos o tres veces al mes a la Capital. Con Nacho, realizábamos una exhaustiva selección. Elegíamos 20/25 juegos y se los dábamos a Raúl en un sobre. El sobre contenía los recortes de Segundamano de los negocios dónde él debía ir y comprar los juegos que, previamente, habíamos marcado con lapicera. Era una peregrinación que valía la pena, al menos, para nosotros. Buenos Aires es una ciudad muy grande. La recorrida podía ser agotadora. En cada local, podías estar tres, cuatro, cinco horas esperando a que te grabasen los juegos. Era un furor increíble. Muchísima gente ya tenía acceso a las home computers. Se podían comprar en grandes comercios en cómodas cuotas, se podían traer de afuera de “contrabando”, era todo un universo fabuloso.
Cuando Raúl regresaba, era una fiesta. Una fiesta que a veces podía demorar dos o tres semanas. La ansiedad era inevitable. Éramos chicos de 11/12 años. Nos juntábamos en su casa y, literalmente, pasábamos el fin de semana entera completamente focalizados en los juegos nuevos, en terminarlos, usando o no las delicias que le agregaban los crackers (vidas infinitas, tiempo ilimitado, etc).
Se preguntarán por el precio de los juegos. Tal vez haya sido de un centavo, o 5 centavos, o 10 centavos de dolar, al equivalente de hoy.
Con el correr del tiempo, empezaron a venderse los utilitarios: Print Shop, Newsroom, GEOS y todos sus accesorios. Y, por supuesto, no faltó la producción local de muchísimo hardware, ya sea desarrollado acá o clonado de algún producto foráneo. Así, empezamos a tener la versión local del fast load de Epyx, Final Cartridge, Logo, lápiz óptico, etc. Paralelamente, apareció software comercial: control de stock, software de gestión, horóscopo, todo hecho en Argentina, y en español, por supuesto.
Pero, aún existía un GRAN problema: ¿cómo hacer para no depender de Nacho? ¿Cómo podía yo tener mis propios juegos? La respuesta, apareció casi de manera lógica. Después de ir tantas veces a los mismos comercios a comprar juegos, uno empezaba a hacerse “amigo” de los chicos que grababan los mismos. Yo, en cada viaje de un amigo o familiar, aprovechaba para pedir mi lote. Obviamente, juegos distintos a los que tenía Nacho. Entonces, una semana yo tenía los de él y él tenía los míos. Luego, cada pack de juegos volvía a su dueño. Estos chicos solían trabajar a cambio de que les proveyeran de software, que luego vendían en otros comercios. En una oportunidad, le pregunté, a uno de ellos, haciéndome el desentendido, cómo hacían para copiar los juegos. Ahí escuché por primera vez una palabra famosa: “Fast Hack´em”. Sin dudar, le dije “quiero comprarlo”. El chico me miró, se rió y me dijo: “te va a costar una fortuna”. ¿Cuánto es esa fortuna? Aproximadamente el equivalente a 10 cajas de diskettes. Tuve que tomar una decisión casi drástica: o compraba 10 cajas repletas de juegos, o compraba EL software, el copiador. Tras meditarlo, compré el copiador.
Volví a Comodoro con un trofeo, una reliquia, una joya. Rápidamente, empecé a copiarme todo el catálogo de software de Nacho. Y le copíe todo el mío. En un comercio local, empecé a comprar cajas y cajas de diskettes. Había de todas las marcas, para todos los gustos: Damy, Maxell, 3M…
La noticia se fue expandiendo rápidamente. Tengan en cuenta que Comodoro, en esa época, tenía una población de alrededor de 100.000 habitantes. Así, empecé a copiar a mis compañeros de colegio, a amigos de mis compañeros de colegio, a sus amigos, a conocidos. Un día, le copié a Nacho y a otros amigos el bendito Fast Hack´em. El tesoro pasó a ser parte de la comunidad.
Pasó el tiempo y, en otro viaje a Buenos Aires, pude ver, casi de reojo, un monitor 1902 con una pantalla que nunca había visto: “Maverick”. Inmediatamente, pregunté qué era. La respuesta provocó en mí una sonrisa enorme. Era un gigante upgrade del Fast Hack´em. Sin dudarlo, lo compré. Con esto, subíamos varios peldaños: los juegos “imposibles” de copiar, ya estaban al alcance de todos.
Así transcurrieron los días en 1986, 1987 y 1988: se podía jugar cuando terminábamos de hacer la tarea escolar, o bien los fines de semana. Por supuesto, otros accesorios fueron agregándose a nuestros equipos, principalmente, la impresora. Empezamos a tener una excusa perfecta para usar nuestras Commodore en cualquier momento: podíamos imprimir material para la escuela, banners, carteles, monografías. Incluso, hacer lo más parecido a una revista de fin de año.
Paulatinamente, surgió otro furor: las máquinas de 16 bits. Esta, ya es otra historia.
Hola, soy alecu y hago juegos con ventiladores. En los últimos años vengo también dando una mano en EspacioTec con restauraciones, y cada tanto estoy viajando al museo. En 2024 durante el primer Taller de Historia, Tecnologías e Informática me lo crucé a Guillermo Crespi, de Modo Historia. Lo felicité por su magnífico podcast, y en particular por los episodios que relatan la historia de las home computers en Argentina.
Tenía pendiente desde hace un tiempo escribir un artículo sobre el desarrollo de Retroterm, nuestra terminal multimedia multiplataforma, que nació en Commodore 64 y luego se expandió para soportar también Commodore Plus/4 y MSX.
Como algunos sabrán, en el año 2006 nos reunimos Diego Chiacchio, Pablo Roldán y yo, Jorge Castillo, y decidimos crear el foro de Retrocomputacion.com. De los tres, Pablo y yo, aunque en distintas épocas y ciudades, habíamos seguido caminos similares: fuimos usuarios de Commodore 64 y después de Amiga, programamos en lenguaje ensamblador e hicimos proyectos de electrónica. Pero no fue hasta 2020 con el proyecto Retroterm que empezamos a publicar software con el nombre Retrocomputación.
Vamos a empezar esta serie con una descripción del CPU 6502, estudiando para qué sirve cada patita de este chip (que básicamente es el pin out) y cómo funciona su arquitectura interna. Vamos a estudiar que registros tiene y para qué sirven. Luego vamos a seguir contando cómo recrear esta placa PCB desde cero y terminaremos con un experimento que nos permitirá ver nuestra primera instrucción del 6502 ejecutándose.
La 2oc es una computadora modular basada en la arquitectura del procesador 6502 diseñada para aprender a programar en Assembler y arquitectura de los computadores.
En este artículo tenemos un índice a todos los artículos de la serie, publicados en el blog de EspacioTec
La Sociedad Argentina de Informática (SADIO) organiza las 53vas Jornadas Argentinas de Informática (JAIIO) junto con la Universidad de Sur y el CONICET, siendo Bahía Blanca el escenario este año. Tendrán lugar desde el lunes 12 al viernes 16 de este mes (agosto, 2024).
El inicio de una pequeña gran historia. Fue en 1961 que comenzó el proyecto Ceuns (Computadora Electrónica de la Universidad Nacional del Sur), ideado por el ingeniero Jorge Santos, con el objetivo de construir una computadora realmente operativa para la Universidad Nacional del Sur (UNS), situada en la ciudad de Bahía Blanca, y que pudiera luego ser transferida a la industria nacional.
Durante la década anterior, numerosos centros académicos de varios países se habían planteado proyectos similares para construcción de computadoras. En Argentina surgieron dos: el Ceuns y el Cefiba (Computadora Electrónica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires).
El Ingeniero Jorge Santos trabajando con la Computadora Electrónica de la Universidad Nacional del Sur (CEUNS), año 1962.
Pero vayamos un poco más atrás en el tiempo para saber el origen del proyecto. En octubre de 1960 Santos había logrado, por intermedio del rector de la UNS, que la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires votara un subsidio destinado a la construcción de una computadora, además del compromiso formal de participación del Departamento de Matemática.
Es que Santos ya venía trabajando en el diseño de su proyecto durante su estadía en la Universidad de Manchester, donde colaboró en el desarrollo del proyecto Atlas (la primera computadora a transistores que produjo la empresa Ferranti). La pretensión de construir una computadora en la remota Bahía Blanca se sostenía en la convicción, compartida por Santos y un grupo innovador de la UBA, de la necesidad de promover la independencia tecnológica como pilar del desarrollo económico y social del país, y en una serie de condiciones favorables, tanto técnicas como académicas y políticas.
El año 1960 fue clave en la introducción de la computación en Argentina. IBM presentó el modelo 305 y poco después instaló una IBM 650 con sistema de discos Ramac en su data center y colocó otra máquina en la empresa Transportes de Buenos Aires. En noviembre llegó la Ferranti Mercury para el Instituto de Cálculo creado en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. En ese mismo año, Ferrocarriles Argentinos había recibido dos equipos Univac SS-90 con la nueva tecnología de estado sólido.
Fue en la UBA y la UNS, escenarios destacados de la renovación universitaria, donde se promovieron los primeros desarrollos de la computación en Argentina. La construcción en el país de una computadora pequeña de costo limitado parecía un objetivo loable y alcanzable.
Jorge Santos se había graduado en la Facultad de Ingeniería de la UBA, donde había trabajado hasta 1953, cuando su contrato no fue renovado por no estar afiliado al partido gobernante, como le sucedió a otros docentes, entre ellos Manuel Sadosky. Y fue gracias a la influencia intelectual de Sadosky que conoció el nuevo fenómeno de la computación y fomentó su idea de construir una computadora. Sadosky le había dicho a Santos: “tenemos que hacer una máquina; con menos cantidad de válvulas, pero hay que hacerla”.
La experiencia de Santos en Manchester fue posible gracias a la creación del CONICET, presidido por el doctor Bernardo Houssay, en donde una de las primeras actividades fue la de otorgar becas de perfeccionamiento en el exterior a las nuevas camadas de investigadores de las universidades. Santos, que luego de la UBA se había mudado a Bahía Blanca para trabajar en la UNS, fue seleccionado y viajó en agosto de 1959. Su tema de estudio fue “Diseño lógico en computadoras digitales”.
La Universidad de Manchester tenía una alianza con la empresa Ferranti, fabricante de la Mercury, la computadora adquirida por el Instituto de Cálculo de la UBA. Por fortuna, la estadía de Santos coincidió con el diseño de la Atlas, la sucesora de la Mercury, en el cual Santos participó en el equipo desarrollando el algoritmo de división.
Tiempo después, cuando Santos regresó a Bahía Blanca, tenía entre manos un proyecto elaborado y sustentable. Sabía que para concretarlo necesitaría dinero y un equipo de trabajo que incluya programadores, ingenieros y matemáticos. Con la conjunción de tres aspectos favorables (el entusiasmo de la comunidad científica argentina, la existencia de un proyecto sólido y un ambiente político favorable a la inversión tecnológica), la Legislatura provincial votó un subsidio de 100 mil dólares para la concreción material de la Ceuns, que iba a ser desembolsado en cinco cuotas correspondientes a los años programados para la finalización del proyecto. En el presupuesto provincial de 1961 se incluyó la primera cuota de 20 mil dólares.
Todo estaba en marcha. Una breve caracterización de la Ceuns apareció en el Boletín de la Sociedad Argentina de Cálculo, donde se mencionó la construcción de un computador de bajo costo en el que sus códigos de operación y forma operativa estén basados en la Mercury. La Ceuns contaría con una memoria de trabajo, acceso inmediato a núcleos magnéticos de 64 palabras de 36 bits dividida en 4 páginas. Esa memoria sería ampliada con otra, también con acceso inmediato a núcleos magnéticos, de tipo fijo. Los datos e instrucciones serían mantenidos en un tambor magnético de 9000 palabras y desde allí transferidos por páginas a la memoria de trabajo. El programa sería secuencial. La entrada sería por medio de un lector de cinta de papel y la salida por un perforador de cinta o por una máquina de escribir.
Alumnos y docentes trabajando con la Computadora Electrónica de la Universidad Nacional del Sur (CEUNS), año 1962.
Sin embargo, a partir de agosto de 1961 comenzaron las dificultades. El gobierno de la Provincia de Buenos Aires libró una orden de pago por un monto de 1.300.000 pesos moneda nacional, equivalente en ese momento a 15.711 dólares. El pago no se efectuó, al menos no en el corto plazo, y Santos tuvo que solicitar a las autoridades de la UNS un adelanto de 20 mil pesos para no paralizar el proyecto. El adelanto fue otorgado, y el pago estatal finalmente se hizo efectivo, pero fue lo único que se percibió del subsidio.
Más tarde, en marzo de 1962, una crisis política desencadenó la intervención federal a la Provincia de Buenos Aires, e incluso la disolución de su Poder Legislativo. Ese hecho, si bien no implicaba la derogación de lo aprobado anteriormente, hizo que las relaciones de representación política y el marco ideológico que había posibilitado el logro de ese apoyo financiero, se quebraran.
Aunque en octubre de 1962 se pudo inaugurar un componente periférico que servía para paliar la carencia de una computadora en la UNS, para marzo de 1963 el proyecto no infería ningún avance sobre la situación del año anterior. Al no existir el subsidio del Estado, el trabajo continuaba al ritmo de los escasos aportes del CONICET o del presupuesto universitario. El equipo humano se redujo a tres personas con dedicación plena, hasta que durante 1965 el proyecto se fue apagando hasta ser definitivamente clausurado.
De acuerdo con los planes originales, la máquina debía entrar en operación en marzo de 1966 pero, salvo los periféricos inaugurados en 1962, no había más que partes sueltas. Las penurias materiales de las universidades nacionales fueron determinantes de unas demoras de gran magnitud en el plan del proyecto, y a eso se le sumó la discontinuidad en la fabricación de los componentes de hardware que se había decidido utilizar. El atraso y la falta de perspectivas pusieron en cuestión el sentido de continuar el esfuerzo, lo que selló el fracaso del proyecto.
Analizando los motivos de su final, la causa directa fue la aguda falta de recursos humanos y materiales debida, más que nada, a un cambio de las condiciones políticas, una circunstancia que convirtió al proyecto en patrimonio exclusivo de un pequeño grupo de desarrollo, solo constituido por ingenieros electrónicos. Por otra parte, entre su formulación y su abandono se había producido un cambio de foco en el diseño de las computadoras con la incorporación de componentes de software.
Años más tarde, a principios de la década de los 80’s, se constituyó en la UNS un área de docencia e investigación en informática, con protagonistas que no habían experimentado los problemas de los proyectos anteriores, y Ceuns fue ignorada como antecedente en las unidades académicas.
En retrospectiva, el proyecto Ceuns fue uno de los episodios iniciales de la computación en Argentina, ocurrió en la UNS y se intentó la construcción de una computadora con un objetivo que iba más allá del académico. Sucedió justo en un período de transición entre el surgimiento y cierta consolidación de la tecnología.
Como balance, puede señalarse la formación de una tradición en Electrónica en la UNS, la interacción con los matemáticos que dio sustento a la constitución de la actual escuela de docencia e investigación en computación, y los desarrollos pioneros en software “de base” creados en el proyecto.
La historia de la Ceuns, poco conocida y por demás interesante, no deja de ser inspiradora.
(*) el presente artículo está basado en el paper “Fulgor y ocaso de Ceuns. Una apuesta a la tecnología nacional en el sur de Argentina”, autoría de Rául Carnota y Ricardo Rodríguez, y publicado en “Historias de las TIC en América Latina y el Caribe: inicios, desarrollos y rupturas”, capítulo 9, editada por Ariel y Fundación Telefónica (España) en 2015.