Hay juegos que uno espera.
Hay juegos que uno persigue.
Y después está GTA IV, ese que aparece cuando tu vida ya no es la misma que cuando jugabas de madrugada con unos auriculares rotos… pero todavía necesitás que un juego te diga algo.

Porque GTA IV no te abraza:
te confronta.
Te exige.
Te hace mirar cosas que las versiones más jóvenes de nosotros apenas entendían.
Y ahí, cuando Liberty City se abre entre la neblina, te agarra algo en el pecho.
Ese recuerdo de cuando los videojuegos no eran servicios, temporadas, cosméticos ni “pay to win”.
Eran historias.
Eran sensaciones.
Eran refugios.
Por Matías Guala (@matias_guala)
Rockstar antes del show
Antes del circo mediático, antes del online infinito, antes del “todo vale”, Rockstar era otra cosa.
Era apellido de rebeldía:
GTA 1 y 2 como caos puro,
la trilogía de PS2 como adolescencia pop con esteroides,
y en el medio, casi como un chiste interno… Table Tennis.
Ese juego mínimo, raro, silencioso… del que salió RAGE, el motor que alimentó a GTA IV y después a Max Payne 3 y Red Dead Redemption.
El motor amado y odiado.
El motor que parecía decir:
“Soy increíble… pero todavía no aprendieron a domarme.”
Un motor perfecto para una historia imperfecta.
Liberty City, 2008: un mundo que no buscaba gustar
GTA IV nació en una época que no estaba para fiestas.
Crisis, inseguridad, guerras, paranoia.
El mundo real estaba lejos de la euforia de Vice City o del caos de San Andreas.
Y se nota.
La ciudad es gris, pesada, brutalmente humana.
Los taxis parecen viejos, desgastados.
La lluvia cae con un peso raro, casi emocional.
Y Niko…
Niko no es un protagonista.
Niko es un testimonio.
Un tipo marcado, roto, huyendo de una guerra que no eligió, intentando empezar de cero en un lugar donde a nadie le importa quién sos, persiguiendo un sueño americano que parece estar roto antes de empezar.
Si lo volviste a jugar con más de treinta años encima, lo entendés distinto.
Porque ya sabés lo que es ponerle el cuerpo a la vida.
Y sabés que a veces, sobrevivir también es una historia.
El desastre en PC: un clásico inolvidable por las razones equivocadas
Si lo jugaste en PC en su momento, seguro te acordás:
instalabas, esperabas, rezabas…
y te encontrabas con un PowerPoint interactivo.
Crashes cada 15 minutos, shaders rebeldes, físicas escritas por un poeta borracho, y un rendimiento que ni las máquinas de la NASA podían sostener.
Era hermoso y desastroso.
Un caos técnico del que nos reíamos… porque no quedaba otra.
Y aun así, nos quedábamos.
Porque GTA IV tenía algo que trascendía cualquier parche que nunca llegó.
Volvamos a la historia, que es donde GTA IV brilla
Este no es un GTA para sentirse poderoso.
Es un GTA para sentir el peso de cada elección.
Las misiones parecen simples, pero están cargadas de humanidad:
amigos que te piden favores incómodos,
lealtades que duelen,
personajes con cicatrices que no ves pero sentís.
Cada decisión tiene una consecuencia emocional, cada centavo ganado un precio del que no podés escapar.
Terminás una misión y te quedás quieto, sin apretar ningún botón, procesando lo que acaba de pasar.
La oveja negra… o el GTA más adulto jamás hecho
Sí, es la oveja negra.
El que no tiene colores vibrantes ni memes eternos.
El menos ruidoso.
El menos “vendible”.
Pero es el más sincero.
El más terrenal.
El único que se animó a bajar el volumen del espectáculo y subir el de la historia.
GTA IV no quiere que te rías.
Quiere que sientas.
Quiere que entiendas que la vida es gris, imperfecta, agotadora…
y aun así hay que seguir.
Es un juego que, si lo jugaste con algunos años encima, te pega distinto.
Porque Niko ya no es un personaje:
es una parte nuestra.
Una parte que entiende de pérdidas, de cansancio, de empezar otra vez.
Por eso importa, por eso queda
GTA IV podría haber sido un GTA más.
Podría haber sido un experimento serio que nadie recuerda.
Pero no.
Se volvió un símbolo.
La prueba de que los juegos también pueden crecer con uno.
De que pueden ser crudos sin ser cínicos.
De que pueden hablar de inmigración, culpa, familia, traiciones… sin disfrazarlo de espectáculo.
Se volvió la entrega que muchos entendimos recién cuando crecimos.
La oveja negra.
La más criticada.
La que más falló técnicamente.
Y aun así, la más humana.
Quizás por eso, hoy más que nunca, vuelve a sentirse actual.
Porque en un mundo de juegos saturados, de contenido infinito, de grindeo eterno…
GTA IV nos recuerda algo simple:
que a veces, la historia es todo.
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Matías Guala (@matias_guala)
