William Seward Burroughs & Elon Musk

Cuando el fracaso es el camino al éxito

Cincuenta máquinas por el balcón. El día que Burroughs perdió la paciencia

Imaginemos la escena: San Luis, Missouri, 1885. William Seward Burroughs, un emprendedor nato, observa con frustración creciente las cincuenta máquinas sumadoras que había construido con tanto esfuerzo. Las había diseñado, supervisado su manufactura, probado una y otra vez con gran éxito, y funcionaban a la perfección.

Pero había un problema: solo funcionaban correctamente cuando él las manejaba (debido a que la velocidad de tipeo influía en el resultado).

Por Roberto Trillo (@Sumando A Manija)

En un arrebato de furia y perfeccionismo, Burroughs tomó una decisión radical. Una por una, las cincuenta máquinas fueron arrojadas por el balcón. El estruendo del metal golpeando contra el pavimento resonaba en toda la comarca como un coro metálico de fracaso y locura.

Lo fascinante no es el acto en sí, sino lo que vino después. Burroughs no se rindió. Analizó qué había fallado, rediseñó sus mecanismos y finalmente creó una calculadora mecánica verdaderamente práctica y comercialmente exitosa. Su empresa, la Burroughs Corporation, revolucionó el mundo de la contabilidad.

El cohete que explotó en la plataforma

Avancemos 120 años. Isla Omelek, océano Pacífico, 2006. Elon Musk observa en una pantalla cómo el primer cohete de SpaceX gira descontroladamente y se estrella.

El segundo intento, en 2007, falló también. El tercero, en 2008, explotó en la plataforma. Para ese momento, SpaceX estaba al borde de la quiebra.

El cuarto lanzamiento, el 28 de septiembre de 2008, fue exitoso. Hoy, SpaceX no solo lanza cohetes regularmente, sino que los hace aterrizar verticalmente para reutilizarlos, algo que parecía ciencia ficción hace apenas una década.

¿Qué tienen en común William Seward Burroughs y Elon Musk? Ambos entendieron algo fundamental.

El fracaso no es lo opuesto al éxito, es parte del proceso hacia él.

Burroughs tiró sus máquinas por el balcón porque sabía que, si las conservaba, estaría tentado a “arreglarlas” en lugar de reinventarlas. Musk continuó lanzando cohetes sabiendo que cada falla lo acercaba a comprender qué era lo que realmente funcionaría.

Es fácil romantizar estas historias cuando conocemos el final. Pero, en el momento, arrojar cincuenta máquinas por un balcón no es valentía: es desesperación mezclada con convicción.

El fracaso en la innovación no es opcional. Lo que es opcional es cómo respondemos a él. ¿Lo justificamos con explicaciones técnicas? ¿O lo usamos como combustible para el siguiente intento?

Cada máquina que cayó por ese balcón en 1885 llevaba consigo una lección.
El verdadero fracaso no es que algo salga mal, es quedarse atascado en lo que salió mal.

Cada vez que muestro una calculadora Burroughs exitosa a estudiantes, cuento esta historia. Y veo en sus ojos el momento en que entienden esta lección que nos dio Burroughs.

La próxima vez que un proyecto no salga como esperabas, preguntate: ¿estoy guardando mis “cincuenta máquinas” por si acaso, o estoy dispuesto a tirarlas por el balcón y empezar de nuevo?

Porque, a veces, el sonido del fracaso estrellándose contra el pavimento es el primer acorde de una sinfonía de éxito.


Roberto Trillo. Coleccionista de calculadoras mecánicas antiguas

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